Cuando en alguna conferencia o seminario alguien me pregunta si el cambio es algo malo, no es por ser gallego (que lo soy), pero la respuesta es ‘depende’. Si ves el cambio como una oportunidad, en la que puedes desarrollarte más y mejor como persona o profesional, si que el cambio es bueno. Además evita posibles ‘apalancamientos’ en nuestra zona de confort.
Pero también es verdad, si el cambio lo vemos como una ruptura de nuestra rutina, a la cual estábamos acostumbrados y amoldados, siempre la podemos ver como un potencial problema y un obstáculo a seguir como vivíamos hasta ahora.
Con independencia de que lo tomemos mejor o peor, nos guste o no, o nos echa o no de nuestra zona de confort, el cambio tiene siempre un porque y una dirección.
Llega un nuevo jefe a la empresa y quiere que las cosas se hagan de una determinada forma que nos obliga a cambiar, ya que el cree que los resultados serán diferentes. Decidimos tener un hijo, lo cual nos cambiará por completo nuestros hábitos de vida y conducta, porque queremos formar una familia. Decidimos buscar trabajo en el extranjero porque creemos que aquí no hay posibilidades para ganarnos las habichuelas.
Todas son situaciones que implican cambios: cambiar la forma de trabajar, cambiar la forma de vivir, cambiar la forma de buscar empleo. Variaciones en nuestras conductas y costumbres, salir de nuestra zona tranquila, pero tienen un objetivo: ser más productivos en lo que hacemos en la empresa, crear una familia, conseguir un trabajo.
Por lo tanto, el cambiar puede definirse como ‘un motivo, un cambio, un fin’.
¿Entonces por qué narices los líderes de nuestras organizaciones, a todos los niveles y estamentos, nos quieren engañar con la burda mentira de que esta crisis es un tiempo de cambios?
El motivo de lo que pasa en esta crisis es ‘oscuro’, pero alguien con dos dedos de frente alcanza a darse cuenta que el motivo del cambio que se nos vende es que los ricos sigan perpetuándose en sus posiciones de poder. Eso nos provoca un cambio en nuestra zona de confort que nos lanza a una situación muy por debajo en la calidad de vida de la que teníamos, ¿y con qué fin? Pues el mismo que el motivo inicial, perpetuar en el poder a la casta dominante.
Si algo ha demostrado esta crisis es que no ha traído cambios, como mucho podemos decir que HA IMPUESTO CAMBIOS. Pero yo no me atrevería a llamarles cambios, sino que más bien me referiría a ellos como improvisaciones.
Todo lo que se ha ido haciendo durante la crisis, que ni se ha acabado aun, ni tiene pinta de acabarse, son medidas improvisadas en cada momento, a corriente de las circunstancias, que un día van en una dirección y al siguiente en la contraria. No es un cambio que tenga ‘un motivo, un cambio, un fin’, no señor, es un conjunto de decisiones que ni tenemos claro el porque las hacen, ni tenemos claro lo que cambia porque cada día varía, y mucho menos tenemos claro la finalidad que se persigue con esto.
Se quiere ser más productivo en las organizaciones (motivo), se baja el sueldo a los empleados (cambios), con la finalidad de ser más competitivos, pero no se dan cuenta que el bajar el sueldo hace que lo que producimos no se pueda comprar, con lo cual se improvisa otra medida, ya no llega con bajar los sueldos, hay que despedir, pero claro, menos empleados pensaban que producirían lo mismo y no es así, con lo cual se produce menos, la gente sigue sin poder adquirirlo y las empresas se ven abocadas al cierre. Pero se inventan los EREs como figura estrella. ¡¡Pero vamos a ver señores!! Eso no son cambios, son improvisaciones sobre la marcha ‘a ver que pasa’. Si va bien, ‘dos medallas’, si va mal, otra improvisación que nos sacamos de la manga.
Si cualquier organización, llamémosle país, empresa,…., lo que sea, plantea cambios, deberá de explicar perfectamente el motivo de ellos, lo que se pretende, las acciones para ello de forma concreta y a donde nos van a conducir. Y es que esto bien clarito debe de ser ‘la hoja de ruta’ de cualquier cambio para que quien lo vaya a experimentar lo afronte como una oportunidad o como un problema, pero cada uno en su propia persona. Claramente, esta crisis no es un cambio o una sucesión de cambios, como nos quieren vender. Es una patraña, una cortina de humo, un conjunto de medidas improvisadas que lo único claro que dejan ver es que persiguen perpetuar a los poderosos en el poder a costa de empobrecer más y más a las clases medias bajas.
¿Qué habrían pensado y hecho los que iban a sufrir los cambios, si hace dos años los programas electorales de los partidos políticos hubiesen detallado claramente cuales eran las acciones que implicaban los cambios que hemos experimentado?
Nuestras organizaciones hoy en día no están experimentando cambios, eso es MENTIRA, están experimentando improvisaciones, una tras otra, y eso es lo que percibe el ciudadano, la incertidumbre.
Cuando a alguien se le dice que tiene que cambiar de hacer las cosas de una forma a hacerlas de otra, porque en vez de esto, hay que conseguir aquello otro, la gente que tiene que cambiar sabe realmente lo que debe de hacer para conseguir lo que se manda. Esta crisis, ni se sabe lo que hay que hacer, ni que se espera conseguir, ni nada de nada. Cada día, según venga el viento, se improvisa una cosa diferente. Y ese es el GRAN PROBLEMA DE LA CRISIS ACTUAL y que mientras no se soluciones no habrá salida posible: generar confianza en el que tiene que cambiar de que las cosas han de ser así por su bien y no improvisar continuamente.
El hacer esto de una forma y mañana de otra y pasado de la primera forma y así día tras día, perdonar que os lo diga claramente, eso no es un cambio, eso es una improvisación.
Tras más de cinco años de crisis y lo que nos queda, que son muchos años, solo he conseguido en claro sacar una idea: esta crisis no ha supuesto cambios, ha supuesto improvisaciones. Sobreviven los que saben mejor adaptarse sobre la marcha a dichas improvisaciones pero no quien se adapta al cambio continuo que nos están vendiendo.