¿Qué sabe hacer el ejecutivo? De hecho, nada en concreto; es un generalista que conoce las problemáticas globales, pero solo algunas, y solo de lejos. Ha estudiado en instituciones clásicas y de grandes nombres: el Instituto de Estudios …., la Facultad de Estudios ….. y diversas escuelas de negocios comerciales donde no ha aprendido gran cosa aparte de a ser seleccionado.
Lee las columnas de dos o tres individuos que difunden tópicos y lugares comunes, salpica su lenguaje con un vocabulario anglosajón simplificado y valora mucho la globalidad. Nuestro hombre (o nuestra mujer) nunca profundiza porque no vale la pena; agobiarse con hechos y cifras no contribuye a clarificar las cosas, al contrario, las vuelve aún más complicadas. Por este motivo, más vale no entrar en ello.
Digámoslo sin ambages: el ejecutivo de base es totalmente inculto, lo cual no debe sorprendernos si consideramos la indigencia del universo intelectual en el que se mueve.
Para él, la cultura general es un accesorio, algo que sirve para presumir socialmente. Hay que reconocer que el BMW descapotable o el reloj de oro dan un toque de vulgaridad, pero una cita bien traída, en cambio, es una cosa muy distinta. La empresa, que ha comprendido que la cultura constituye a veces un elemento valorizador interesante porque confiere un pequeño suplemento humanístico o una amplitud de campo inédita a las decisiones de los altos ejecutivos, organiza onerosos programas de formación relacionados con ese ámbito a sus elementos más brillantes.
Normalmente se trata de cursillos que imparten licenciados de Escuelas de Negocios, a los que se convoca en nombre de la buena marcha de la economía. Y ellos están encantados de ganar más dinero que en la universidad explicando los grandes clásicos de nuestra hermosa tradición y reduciendo a digests simplificados una cultura general que antaño estaba reservada a la elite de personas ociosas que leían libros y escuchaban música… ¡por placer! ¡Qué increíble!
Lo cierto es que nuestros ejecutivos situados en las altas esferas no tienen nunca tiempo de leer a Michel Foucault, escuchar una ópera de Mozart o vender una película de Fellini. ¡Imposible, siempre están desbordados! Es lo que repiten y repiten hasta la saciedad
Pero ¿por qué? Pues bien, por culpa de sus agendas. ¿Y de qué están llenas sus agendas? De 37 reuniones. ¿De reuniones que sirven para qué? Para organizar el trabajo, el suyo y el de los demás. ¿Realmente es más útil esto que leer La comedia humana, obra que nos enseña muchas cosas sobre nuestros semejantes y sobre la naturaleza y los límites de sus ambiciones? Tenemos derecho a preguntárnoslo…
Todo esto explica que estemos dirigidos por Homos Economicus Cretinus, la forma más lograda y extendida del hombre nuevo engendrado por la empresa.
Fina ironía y desgraciada realidad se unen en una excelente entrada.
La falta de auténticos valores sociales es la peor de las losas que contribuyen a hundirnos como generación y esto, por desgracia, no se soluciona en un rato.
Un saludo.
Gracias amigo Picaedro. Hay que tomarse las cosas así, porque visto que tomándolas en serio no tienen efecto, mejor tomarlas con ‘filosofía’.
Hemos creado una ‘casta’ de ‘directivos’ que ‘van por el libro’ y para salir de esta en la que estamos, no hay libro ninguno 🙁
Un saludo