Siempre que en algo que realizamos o en una persona que conocemos ponemos grandes expectativas y no se producen las mismas, el desengaño es muy grande, mucho más que la satisfacción que se produce si las expectativas se cumpliesen.
Esto es debido a que siempre ponderamos en mayor medida el fracaso o desengaño que el éxito o acierto. Principalmente porque cometemos un grave error: el considerar que las expectativas positivas es algo normal y lo lógico es que se cumplan.
Lógicamente siempre debemos de tener expectativas positivas sobre algo o alguien porque sino es tontería el depositarlas. Pero lo que no nos damos cuenta en muchas ocasiones es de la dificultad de conseguir que estas expectativas se cumplan. Si no se alcanzan en su totalidad consideramos que es un fracaso, cuando puede que entre la consecución y el fracaso total haya una gran variedad de situaciones.
Pero siempre solemos adoptar la postura de que o bien se consiguen todas nuestras expectativas o el fracaso es completo. No solemos tener un término medio.
Me gusta mucho un proverbio que dice que ‘quien nada espera, nada pierde’, porque si ponemos la situación inversa, ‘quién todo espera, todo gana’, es cuando menos irreal porque todos sabemos que cumplir todas las expectativas es algo bastante difícil en ocasiones.
Nuestra forma de actuar debe ser la de saber ponderar las expectativas y el grado de consecución de las mismas ya que la consecución del total de las mismas no implica que se haya fracasado ya que, muy probablemente, lo que ocurrió es que no supimos marcarnos las expectativas de forma adecuada.
Vivimos en un mundo altamente cuantificable y en el cual es la ‘foto de la cifra’ conseguida lo que marca el éxito, con lo cual la no consecución de todo lo planificado se confunde con la mediocridad y eso es un gran error que se ha extendido por muchas de nuestras organizaciones. Nunca pensamos que hayamos cometido un error a la hora de determinar nuestras expectativas, siempre pensamos que estas son las correctas y que por culpa de imponderables no se han conseguido, y esto no tiene porque ser siempre de esa manera.
Cambiar nuestras expectativas iniciales ante los cambios que nos rodean por otras más ajustadas a lo que ocurre en realidad, es una de las cualidades que marcan a los líderes en todo momento. Adaptarse al cambio, aceptar el mismo y conseguir verlo como una oportunidad de mejora, es lo fundamental a la hora de trabajar con nuestras expectativas y evitar el que se produzcan grandes desengaños que probablemente no sean.
la verdad me servio de mucho me gusto