Prestigio, reconocimiento social, cubrir necesidades diferentes,…, o sea, la tan traída pirámide de Maslow.
Esta es una de las jerigonzas que han acompañado durante estas últimas décadas al management de RRHH en nuestras organizaciones. Pero seamos sinceros : todo el mundo trabaja por dinero, y por la multitud de objetos que se pueden comprar con él. La posesión de estos son los dichosos objetos es lo que nos distingue del montón, y para eso tristemente hace falta dinero.
Que si!!! que el reconocimiento está muy bien, pero si no se la acompaña del tema crematístico como que pasa desapercibido.
Frédéric Beigbeder hace un explícito retrato del ejecutivo en su best-seller ‘13,99 euros’: ‘Se pone el traje y está convencido de que desempeña un papel crucial en el seno del holding en el que trabaja, tiene un gran Mercedes que ruge en los embotellamientos y un móvil Motorola que zumba en el estuche colgado sobre la radio Pioneer del coche…’.
Por eso me río cuando los políticos hablan de sueldos medios, rentas per capita, nivel de vida,…, y los directivos hablan de reconocimiento profesional, crecimiento personal, gestión del talento,…. El dinero es el motor del trabajo, pero esto no se puede decir porque es un tabú.
La empresa nunca habla de dinero, es algo vulgar; prefiere usar eufemismos mucho más refinados, como cifra de negocio, resultado, salario, beneficio, presupuesto, prima o ahorro.
Me acuerdo perfectamente en una ocasión que en una reunión de trabajo con mis compañeros y mi superior, en plena reunión sobre la motivación del personal, que este estaba haciendo (lavándonos el cerebro) osé decir que yo solo
iba a la oficina para pagarme los garbanzos.
¿Qué pasó? Durante quince segundos reinó un silencio absoluto y todo el mundo pareció sentirse incómodo. Y es que nadie se esperaba este ataque de sinceridad que todos estábamos pensando dicho sea de paso).
Aunque la etimología de la palabra ‘trabajo’ es un instrumento de tortura. Lo que si es verdad, es que uno trabaja porque su trabajo le interesa. Aunque te vieras sometido durante largas horas a los suplicios de carceleros implacables, no dirías otra cosa.
Pero, ¿has elegido este trabajo, y esa es precisamente la prueba de que es
intrínsecamente gratificante? Pero, ¿gratificante para quién? ¿Eres tú el que
aporta valor al trabajo, o es él el que te aporta valor a ti?
Y es que además, no es cierto que lo hayas elegido, ha sido tu trabajo el que te ha elegido a ti.
En el fondo, ¿qué es lo que uno elige realmente en este mundo? ¿Su cónyuge?
¿Su religión? ¿Su psicoanalista? ¿Su vida? ¡Nada de eso!
Pero olvidémonos de estas preguntas existenciales, que no tienen cabida aquí hoy.
Resumiendo: trabajas porque no tienes más remedio, ya que a nadie le gusta trabajar. Si a la gente le gustara, ¡trabajaría gratis!
El dinero sí que nos apasiona; solo hay que ver cuántas revistas incluyen
monográficos sobre una cuestión esencial y que suscita una curiosidad nunca satisfecha: el salario de los ejecutivos.
Y es que saber cuánto ganan los otros permite compararse con el vecino, una
actividad siempre interesante.
Tener un iPad 2, un ordenador portátil y un móvil consuela de muchas cosas.
‘Tener o ser’, esa es la cuestión, seguramente mucho más fundamental para el ejecutivo medio que el famoso ‘ser o no ser’ que Hamlet impuso como eslogan.